viernes, 24 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (V de XIV)

7. LAS DOS RESURRECCIONES

En función de los dos juicios San Juan pone dos resurrecciones. Los de la primera resucitan para juzgar, o sea reinar, en el juicio de vivos, y los de la segunda para ser juzgados en el juicio final de muertos. La primera es propia de algunos felices privilegiados; la segunda es común a buenos y a malos, no exclusiva de los malos como sostuvo el error de Nepote[1].
A la resurrección primera, o de privilegio, parece aludir el divino Maestro, hablando de aquellos, "los que hayan sido juzgados dignos de alcanzar el siglo aquel y la resurrección de entre los muertos" (Lc. XX, 35). Eco de estas palabras del Señor serían las expresiones apocalípticas: "¡Bienaventurados los muertos, los que mueren en el Señor desde ahora!" (Ap. XIV, 13 gr.); “¡Bienaventurados los llamados al banquete nupcial del Cordero!” (Ap. XIX, 9; cf. III, 20); "Bienaventurado y Santo el que tiene parte en la resurrección" (Ap. XX, 6). No es de extrañar que en antiguas liturgias se pidiese el tener parte en la resurrección primera.
Admitido sin mayor dificultad todo esto, pues la Escritura no puede ser anulada (Jn. X, 35), surge la cuestión batallona sobre si la primera resurrección es o no corporal, ni más ni menos que la resurrección final de buenos y malos. Nosotros nos podríamos ahorrar en meternos en esta cuestión, pues según el plan que aquí nos hemos propuesto, no nos interesa tanto investigar la naturaleza íntima de las cosas, cuanto su futuridad escatológica. Una vez establecida ésta, y articulado el acontecimiento en la serie de los del mismo plano, nos debíamos dar por satisfechos.

Como no podía ser menos, ante la evidencia del sagrado texto, a la resurrección primera todos la articulan con el reinado de los mil años, pero a tenor del puesto y significación que a ese reinado se concede, así es la significación mínima que se da a la resurrección primera. ¿Comienza el milenio con el cristianismo? Pues esa resurrección significaría el paso de las almas a la vida nueva. ¿Comienza con la paz constantiniana? Entonces esa resurrección sería el culto tributado a los mártires tras las persecuciones sangrientas. ¿Comienza con la institución del Sacro Romano Imperio y destrucción de la herejía iconoclasta? Pues la tal resurrección significaría el triunfo del culto de los santos en la liturgia cristiana. ¿Comienza, en fin, el milenio, según los escatologistas con el reinado de Cristo con sus santos como una continuación necesaria del juicio universal de vivos? Entonces la significación mínima que se concede a la resurrección primera, es la exaltación de las almas de los mártires, confesores, etc. (cf. Ap. XX, 4) en la participación de la potestad real y judicial de Cristo en el juicio-reinado universal de vivos, según promesas muchas veces repetidas:


“En la regeneración (gr. palingenesia), cuando el Hijo del hombre se siente sobre su trono glorioso, os sentaréis, vosotros también…” (Mt. XIX, 28 y par); “Y al vencedor, esto es, al que guardare hasta el fin mis obras, le daré autoridad sobre las naciones” (Ap. II, 26); “Al vencedor le daré sentarse conmigo en mi trono” (Ap. III, 21); “¿No sabéis acaso que los santos juzgarán al mundo?” (I Cor. VI, 2). Es cuanto dice San Juan: "Y les fue dado juicio… y reinaron con Cristo mil años”. Y antes había dicho el Maestro: "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mt. XIII, 43). Y antes el autor de la Sabiduría, recogiendo toda la tradición profética: "Brillarán los justos y discurrirán como centellas por un cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos. El Señor reinará sobre ellos eternamente” (Sab. III, 7 s.), etc.

La significación mínima de resurrección, dicha también espiritual en oposición a la corporal, se salva en todas las explicaciones del milenio, lo mismo en las históricas que en la escatológica. Para nuestro objeto esto debería bastar. Si insistimos, pues, en mover la cuestión de la significación máxima, es decir, de la corporalidad de los resucitados, no es por exigencias del milenio, nótese bien, sino por otra razón más poderosa, que nosotros no acertamos a eludir.
Es el caso que San Juan presenta las dos resurrecciones, como complementarias la una de la otra (Ap. XX, 5). En la primera resucitan los dichos, y en la otra, al cabo de los mil años, "los demás", "los restantes" (coeteri, οἱ λοιποὶ). O se admite, pues, que es corporal la  primera resurrección, o se niega la universalidad de la resurrección corporal, pues en la general no resucitan más que "los restantes". Según el sentido obvio del  sagrado texto, solo admitiendo que la primera resurrección es corporal, se salva el dogma de la universal resurrección de la carne, resucitando parte en la primera (Ap. XX, 4s.) y los demás en la final (Ap. XX, 5.12 s.) y entre ambas todos, y no hay más que pedir.
Objétase contra la resurrección corporal bipartida, que los muertos han de resucitar todos simul, o como dice la Escritura, "en el último día" (Job. XIX, 25; Jn. VI, 39 ss.; XI, 24), “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final" (I Cor. XV, 52).

Es probado que la resurrección será simul, pero no con simultaneidad absoluta, sino relativa, lo que implica el "in novissimo die", que es de una latitud indefinida. Se trata del día grande y terrible del Señor, por otro nombre la palingenesia, que más que un día de veinticuatro horas (cf. Zac. XIV, 7), se parece a uno de aquellos días genesíacos, proporcionado a la grandeza del obrero y de las obras que en él se realizan, de las cuales hemos expuesto algunas. La misma amplitud tiene el "in novissima tuba" que es la séptima y última trompeta apocalíptica (Ap. XI, 15 ss.), con que se anuncia ese día grande y terrible del Señor, el día del juicio-reinado, que ya anunciaron antes los profetas (Ap. X, 7) y que luego se describe por menor desde el cap. XII al XX del Apocalipsis. Ambas resurrecciones, pues, la primera y la final tendrán lugar en ese grande y terrible día novísimo.

Lo de "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos", más que a la simultaneidad miraría a la instantaneidad de la resurrección, sea la primera sea la segunda, como se dió ya una vez en la de Cristo y su Madre y hubo de darse tal vez en la de otros santos resucitados (cf. Mt. XXVII, 52 s.).
Las expresiones claras y terminantes de Ap. XX sobre ambas resurrecciones no pueden ceder ante otras menos matizadas del sagrado texto, salvo siempre el juicio inapelable de la Madre Iglesia, al cual nos remitimos en ésto como en todo.




[1] Notemos solamente que junto con los santos también resucitarán algunos malvados para ser arrojados a la gehena antes del juicio final. Nos remitimos a lo que ya dijimos en otra oportunidad AQUI.